jueves, junio 04, 2009

el diario de evelyn demos

el paso de los días sin acontecimientos desata la monotonía, convertir la monotonía en el caudal de un diario devuelve a cada jornada su importancia, su rastro.

por eso el libro de evelyn demos debe leerse por la noche, en la cama, con paciencia, y leerse tan sólo aquella anotación que corresponda al día que concluye o que ya ha terminado, si uno lo hace después de las doce. cada detalle diario, anodino en particular, deja de serlo a medida que uno se toma la molestia de convertir en rutina su lectura y amontona pequeñas descripciones de cómo untar la mantequilla en unas tostadas ya frías, por ejemplo. porque una vez sólo sirve para contarlo, más de una, sin embargo, para reflexionar sobre la incapacidad de corregir nuestra conducta, pese a las molestias que nos ocasiona. y así, en cada anotación que describe la escena, arrastramos con ella el esfuerzo que supone extender la mantequilla, anticipamos ese gusto blando y frío que, sin provocarnos una arcada que transforme ese instante en, por fin, un acontecimiento, si convierte, al primer café del día, en un asunto moral.

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