todas las mañanas el comandante se sienta en su silla, acerca el perímetro de su barriga a la curva de la mesa, deja su latita de cocacola frente al teclado, busca en las carpetas de su mac el documento que necesita abrir y comienza con parsimonia su labor. de vez en cuando se levanta y viene a explicarme cómo va la campaña con una cantidad de retórica que me abruma, pero que él necesita para situarse: recupera los antecedentes, comenta la situación actual y proyecta el trabajo que todavía falta. es meticuloso, y suele dibujar cada pieza antes de tirar una sola línea en pantalla. sus diseños a lápiz me fascinan, los utilizo como guión para saber qué textos me quedan. tiene dotes de mando, como cualquier individualista, y se permite ciertas libertades, como él dice cuando añade o suprime alguna palabra, aunque siempre se confiesa después, porque quien sabe de eso soy yo, añade. pero allí el único que sabe de algo es él.
estudió diseño en cuba, ejerció en sus país pero harto del sistema se trasladó a españa. antes de llegar aterrizó en parís sin conocer el idioma, no había viajado nunca. sus primeras, y cortas, vacaciones en el extranjero. después se instaló en madrid y comenzó a trabajar, siempre en lo mío, remarca cargándose de orgullo mientras reconoce su fortuna.
en su breve experiencia con el capitalismo, como le gusta advertir, la máxima lección que ha recibido es que en ciertos detalles no se debe perder el tiempo. pero todavía no ha interiorizado el mensaje. hoy no hacía más que disculparse, sí, tienes razón, si eso no lo van a ver, pero seguía deformando el logo para encajarlo en las leves arrugas de la camiseta. se queja de las prisas, asume su carácter obsesivo, pero no suelta el ratón hasta que algo le convence. aunque nunca le ocurre del todo.
es un verdadero profesional. tiene las manos pequeñas.