jueves, agosto 12, 2010

desaprender

ahora que el premio de redacción de coca-cola vuelve a ocuparme, esta vez como encargo de trabajo, recuerdo el día que salí por esta puerta con el borrador del texto que no me atreví a enseñar a mi profesora.



ella, profesora de lengua, me había seleccionado, junto a otros dos compañeros de distintas clases, para participar en el concurso de aquel año. me acompañó mi abuela, creo que era viernes. debíamos escoger entre dos temas y podíamos tomar cuantas cocacolas quisiéramos mientras escribíamos. me levanté sólo una vez, y me costó también decidirme por el asunto. al final me decanté por el más complejo -la economía familiar, si no recuerdo mal- y primero redacté un borrador para después pasarlo a limpio.

no me convenció el resultado, lo supe nada más entregarlo, así que fingí habérmelo olvidado en la mesa de aquella sala en aquel edificio y, cuando mi profesora me lo reclamó el lunes, coló la mentira. de mí se fiaba. sin embargo, lo llevaba en el bolsillo trasero del pantalón, bien doblado, quizás por si me arrepentía a última hora y confesaba. no fue así.

y entonces la imagen: en la que aparezco desdoblando la hoja mientras salgo por esa puerta y subo la calle, leyendo de nuevo un texto que cada vez me gustaba menos y del que me arrepentía tanto que me prometí no vería nunca nadie.

lo tiré.

recuerdo los tachones en aquel papel cuadriculado. la sensación de oportunidad perdida. nunca había entregado nada de lo que no estuviera seguro. no lo volvería a hacer. toca romper la regla.

miércoles, agosto 11, 2010

repetir, recapitular

leo a mankell por primera vez, en bolsillo, y compruebo que cada título de la serie de su famoso detective lleva en el lomo una de las letras de su nombre: w-a-l-l-a-n-d-e-r. desde la biblioteca de los jóvenes castores nunca pensé que me animaría a completar una colección.

eso fue hace tiempo y, ahora que con el rabillo del ojo miro el amistoso de fútbol, recuerdo que en uno de esos libros de disney venían las equipaciones de las selecciones de distintos países. me fascinaban aquellas páginas, quizás nunca he abierto tantas veces un libro por el mismo sitio como lo hice con aquel tomo, pero ya conocen el gusto por la repetición de los niños.

y también conocen ese recurso, el de la recapitulación, que los novelistas usan para que no perdamos el hilo fundamental de la trama. el hombre sonriente es ejemplo de ello.

hoy, en una jornada monótona, retengo sus verbos: repetir, recapitular. y pienso que sólo un diario despeja la monotonía de los días, y que sólo un diario es capaz de conservar el material que usaremos para hacer balance cuando de verdad ya nada ocurra, salvo el recuerdo.