lunes, junio 22, 2009

María, Merche y Pili (Peluquerías 1)

María, Merche y Pili. María nos recibe, aunque no puede atendernos. Cuando ya está lista, porque ha lavado el pelo a la clienta, nos acercamos y comienzan las fotos y las preguntas, preguntas a las que responde seria. También parece seria en el trabajo y es seria con la comercial que llega para enseñarle una plancha de pelo muy pequeña, de viaje. La plancha funciona bien, toma pronto temperatura, pero María no comenta mucho, una o dos cuestiones y el precio. Abrió su negocio hace ocho años, lo intentó, ha funcionado y es seguro que su seriedad ha tenido que ver en ello.

El espacio es mínimo y está bien aprovechado. Los secadores de pelo se despliegan, las cabezas se lavan en un rincón y allí no hay sillas de espera para más de dos turnos. La gente pide cita, la clientela ya es habitual. Cuando una mujer encuentra su estilo en un lugar como éste no caben las infidelidades. María atiende una duda sobre el flequillo de la chica a la que peina, una joven profesora de primaria fija desde los comienzos y abonada al pelo largo. El peinado es un asunto de confianza, el corte, el color, determina una imagen de la que es fácil arrepentirse si no se está seguro. Aún así le pregunto si no ha pensado en cambiar. La profesora me sonríe a través del espejo, niega que le pueda quedar bien el pelo corto, insisto, pero su convicción no admite halagos y vuelve a reír.

Pili y Merche también ríen convencidas cuando les pregunto por María. Están contentas con su jefa. Su jefa está delante, pero no fingen, lo están de verdad. El ambiente es bueno. Este lugar "es una alegría", como dice la mujer sentada con Pili. Pili pronto cumplirá dos años allí. Vino recomendada por una clienta que había visto con qué atención la chica le cortaba el pelo a su hijo. En cuanto habló con María, ésta no dudó. Pili tampoco. Ahora recuerdan juntas y por primera vez María sonríe, ya más relajada. Confía en ella.

Pasa el tiempo, y con qué rapidez. Poner guapa a una clienta lleva más de media hora, sin descanso, sin prisas, pero con agilidad. Si además interviene Merche, la esteticién, el proceso puede alargarse. Merche disfruta con su trabajo, concentrarse en algo tan sutil como las uñas abstrae de cualquier otro pensamiento, igual que si conversas con quien extiende la mano para que se la arregles. Porque hablar se impone en una peluquería, casi tanto como el corte, el desahogo forma parte de la renovación. "Por eso tienes que ser como una hija o como una hermana", receta María.

El ruido de los secadores y de las tijeras desplaza al de la radio. Son las seis y media de una tarde previa a un día festivo, huele a cera caliente y aclaran que algún hombre también se depila. Todas vuelven a reír. Las tres conviven allí durante ocho horas diarias, trabajan juntas en apenas cinco metros, entre mujeres, tintes y revistas. Su profesión les gusta, les obliga a estar de pie, regresarán cansadas, no serán reconocidas, pero volverían a ser peluqueras.

domingo, junio 07, 2009

the atlas group: los atardeceres del operador n.º 17

en esta ocasión la historia de la obra supera con mucho el resultado de la misma. las imágenes son así el documento que testifica cómo una vez hubo hombre que, en vez de utilizar una cámara de vídeo como objeto de control, tal y como ordenaba su trabajo en el servicio secreto libanés, se dedicó a filmar atardeceres.


la cámara debía vigilar el trasiego de paseantes en la corniche de beirut, un malecón mediterráneo, pero el operador n.º 17 prefirió registrar ese fenómeno tan diario como irresitible cuando lo observamos con paciencia.


al final fue descubierto, aunque pudo recuperar el material.

ahora esas imágenes forman parte de un proyecto artístico desarrollado por walid raad, the atlas group, que trata de documentar la historia del líbano durante las guerras de 1975 a 1990, y que en madrid se puede ver estos días en el mncars, como parte del festival photoespaña 09.

jueves, junio 04, 2009

el diario de evelyn demos

el paso de los días sin acontecimientos desata la monotonía, convertir la monotonía en el caudal de un diario devuelve a cada jornada su importancia, su rastro.

por eso el libro de evelyn demos debe leerse por la noche, en la cama, con paciencia, y leerse tan sólo aquella anotación que corresponda al día que concluye o que ya ha terminado, si uno lo hace después de las doce. cada detalle diario, anodino en particular, deja de serlo a medida que uno se toma la molestia de convertir en rutina su lectura y amontona pequeñas descripciones de cómo untar la mantequilla en unas tostadas ya frías, por ejemplo. porque una vez sólo sirve para contarlo, más de una, sin embargo, para reflexionar sobre la incapacidad de corregir nuestra conducta, pese a las molestias que nos ocasiona. y así, en cada anotación que describe la escena, arrastramos con ella el esfuerzo que supone extender la mantequilla, anticipamos ese gusto blando y frío que, sin provocarnos una arcada que transforme ese instante en, por fin, un acontecimiento, si convierte, al primer café del día, en un asunto moral.