y para los no iniciados en la lengua gallega, la versión en castellano de cartografía documental, una breve reseña sobre parte de lo visto en el festival (pero no renuncien a leer la revista, de verdad, si ustedes son gente lista).
Documenta Madrid 07 celebraba este año su cuarta edición. Con una sección competitiva, dividida en creación documental y reportajes, tanto largos como cortos; y varias secciones informativas, junto con diversas actividades paralelas. Diez días de alta concentración documental, en distintas sedes y con una organización voluntariosa. Todo ello bien recogido en un catálogo más completo cada temporada. Y, entre toda esta oferta, una breve cartografía documental:
Golzow, RDA. En 1961, bajo una idea de Karl Gass, el matrimonio Junge graba el primer día de colegio de unos cuantos escolares. Su proyecto comienza, entonces, con la intención de extenderlo en el tiempo e ir registrando sus vidas a medida que crezcan. Una tarea que, tras decenas de años y distintas entregas, termina en 2006 con el largometraje Und wenn sie nicht gestorben sind... Die kinder von Golzow.
Doscientos setenta y ocho minutos centrados en la vida de cinco de esos niños, a través de los cuales se observa cómo evolucionaron sus historias personales, al ritmo que lo hacía la historia de su país y la del propio documental. Y como ejemplo, Winfried. Quizás el más comprometido con la idea, al que han podido grabar hasta el final, el que muestra ante las cámaras toda clase de episodios, incluso el castigo que recibe del Partido al descubrir éste que había comenzado a trabajar sin terminar sus estudios universitarios, hecho revelado por una de aquellas entregas. (La persona influida por el personaje, y que aun así continúa la colaboración.) Winfried, a quien vemos animar a sus compañeros de comité para que interpelen, sin respuesta; que más tarde, caído el Muro, reconoce su propia confusión. Que se adapta, pero que se pregunta.
Marruecos. En una de las escenas de Voyage en sol majeur el protagonista, un anciano de noventa y un años, se confiesa: nunca se atrevió a pedir a su director de orquesta, en cuarenta años como violinista, que le dejara interpretar un solo. Y se arrepiente de tal cobardía, sí, igual que de vender su violín, de la misma manera que se enorgullece al materializar, por fin, su deseado viaje desde Francia hasta Marruecos. Sin su mujer, a quien no ha podido convencer, pero con el apetito recuperado después de tantos años. Una historia, ganadora del premio del público del festival, que confirma cómo la serenidad termina por aparecer.
Y de nuevo la RDA, años ochenta. Here we come, un documental sobre el movimiento breakdance, en el que se iniciaron algunos jóvenes de la Alemania oriental, con la poca información que les ofreció un reportaje televisivo que mostraba a un breaker moverse como un robot; o con una película, Beat Streat, de la que todos ellos “memorizaron sus escenas como versos”. Un baile que las autoridades comunistas recibieron con escepticismo, pero que pronto recondujeron lo que pudiera tener de capitalista al burocratizar su acceso y expedir licencias de baile. Los recuerdos de aquellos chavales que anotaban en sus diarios los progresos que hacían con el boggie, al tiempo que leían pintadas en las paredes como “Igualdad, hermandad y Seguridad Social”.
Tres puntos cardinales, dentro de un festival que ha multiplicado sus propuestas desde la primera edición en 2004, aquella de Capturing the friedmans, que contienen lo mejor del cine documental: mostrar lo que todavía nos queda por descubrir del mundo y de la vida.
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