en estas vacaciones me crucé por la playa con una cara conocida por mí. estudiaba, hace años, donde yo lo hacía. era un buen sitio para opositores (ella) y para estudiantes (mi caso entonces), sobre todo por el ambiente de concentración que se generaba. la gente se levantaba lo necesario y guardaba silencio. al servicio se bajaba por una escalera de caracol, y ya no recuerdo si lo que molestaba era el ruido de la puerta al abrir o el de la cadena al tirar. era lo único. no había muchos puestos y los asientos casi estaban adjudicados. se juntaban por familias, lógico: judicatura, m.i.r., economistas..., y en el rellano con sofá de la salida hablaban de temarios, preparadores, y del buen o mal tiempo que hacía. los sábados también de novios. comían chocolatinas o bebían zumos concentrados, de vez en cuando visitaban la cafetería. de lunes a domingo. de nueve a nueve. los bibliotecarios merecerían un nuevo post.
decía que me crucé con una cara conocida. en cuanto la dejé atrás surgió la pregunta, qué pasó, ¿aprobaste? pero volverse hacia una persona a la que sólo había visto casi a diario durante meses no tenía sentido, no conocía su nombre, ni lo que estudiaba. pudo haber dejado notarías o tal vez me había ya cruzado con una fiscal.
todavía no tengo tantos años. yo sigo a cuestas con apuntes, ahora otros. entonces no imaginaba que el tiempo transcurrido desde aquella biblioteca hasta este post me acercaría tanto a la misma pregunta que dejará de hacerme quien me reconozca en un futuro.
y llego donde quería.
llevo tiempo con la cansina sensación de arrastrar ya el futuro. un futuro concreto, el que resta hasta una calificación que no sé cuándo llegará. ése es, ese es el futuro que ya me pesa, porque sé lo que tengo que seguir haciendo hasta que se cierre. y después este tiempo que ahora escribo quedará como un paréntesis. punto y aparta, que has cumplido tu función. o tal vez a ese alguien que me reconozca pero no me pregunte mi cara también le sirva de rescate, y mi día de hoy para algo más que un examen.
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