ahora que el premio de redacción de coca-cola vuelve a ocuparme, esta vez como encargo de trabajo, recuerdo el día que salí por esta puerta con el borrador del texto que no me atreví a enseñar a mi profesora.
ella, profesora de lengua, me había seleccionado, junto a otros dos compañeros de distintas clases, para participar en el concurso de aquel año. me acompañó mi abuela, creo que era viernes. debíamos escoger entre dos temas y podíamos tomar cuantas cocacolas quisiéramos mientras escribíamos. me levanté sólo una vez, y me costó también decidirme por el asunto. al final me decanté por el más complejo -la economía familiar, si no recuerdo mal- y primero redacté un borrador para después pasarlo a limpio.
no me convenció el resultado, lo supe nada más entregarlo, así que fingí habérmelo olvidado en la mesa de aquella sala en aquel edificio y, cuando mi profesora me lo reclamó el lunes, coló la mentira. de mí se fiaba. sin embargo, lo llevaba en el bolsillo trasero del pantalón, bien doblado, quizás por si me arrepentía a última hora y confesaba. no fue así.
y entonces la imagen: en la que aparezco desdoblando la hoja mientras salgo por esa puerta y subo la calle, leyendo de nuevo un texto que cada vez me gustaba menos y del que me arrepentía tanto que me prometí no vería nunca nadie.
lo tiré.
recuerdo los tachones en aquel papel cuadriculado. la sensación de oportunidad perdida. nunca había entregado nada de lo que no estuviera seguro. no lo volvería a hacer. toca romper la regla.
1 comentario:
solo por beber cocacola gratis vale la pena presentarse a los concursos
un saludo
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