martes, diciembre 18, 2007

algún día veré a esas niñas y reconoceré en ellas a mi amiga. sobre todo una tendrá que parecerse más a ella, o eso terminará creyendo todo el mundo, ante la insistencia en sacar parecidos. y pese a lo que digan sus abuelas, yo emitiré mi juicio cuando vea el gesto propio que para mí define a su madre.

ella formaba parte de un grupo de chicas resueltas, que destacaban porque eran guapas y eran listas, con una mente más abierta de lo que su estereotipo determinaba, y, de esto me doy cuenta recordándolas, bastante sonrientes. poseían una juventud desbordante, tenían tiempo para todo, se les veías vivir.

encajé bien con ellas, y sepan que no me parecía en nada. la verdad, no me parecía en nada a ninguna de las personas que conocí aquellos años en una facultad de la que todo el mundo se extraña ahora que haya salido. sin embargo tenía conversación con ellas. me fascinaba darme la vuelta e intervenir, pasear con ellas hasta el metro, charlar en la biblioteca, hablar, hablar y, sobre todo, estar atento a lo que decían. pocas veces no me involucraba en las conversaciones que mantenía con ellas, quizás porque nunca me aburrieron, cualquier oportunidad era buena para saber cómo pensaban, su punto de vista era el de las mujeres, y yo me esforzaba por conocerlo. además, como cualidad-hombre pasaba desapercibido entre ellas, lo que facilitaba en ocasiones que se dejasen llevar en su discurso entre chicas.

me gustaba también observarlas. ya he comentado que eran guapas, pero mi interés se centraba en sus movimientos, en sus gestos. quizás porque de ellos extraía datos que uno labios, unos ojos, unas piernas, no dan. y aquí recupero el hilo.

ella formaba formaba parte de ese grupo de chicas resueltas, un tipo de chicas que a ciertas edades parecen mayores que tú. su voz, además, le cargaba de personalidad. llevaba colgado el cartel de inaccesible. como si rita hayworth (a quien no se parece) fuera una compañera tuya de clase.

luego no, pero luego, claro. tuve antes que ver ese gesto, el que ahora sé que algún día reconoceré en una de sus hijas, o en ambas, para darme cuenta de que estaba ante una persona próxima, que tal vez no andaba por mi mundo en ciertas ocasiones, pero que era receptiva. y que también observaba.

ese gesto era el de una sonrisa que utilizaba para dar pie a una respuesta del otro, una sonrisa que se quedaba pendiente de la aceptación, un resquicio de incertidumbre, pero también de cercanía, en una persona que desplegaba una personalidad convincente, con movimientos rápidos y seguros. inexpugnable excepto cuando sonreía de aquella manera.

el otro día hablábamos de cómo pasará ahora el tiempo, de cómo medirán nuestros años el crecimiento de esas dos miniaturas que tiene. pues sí, pero el tiempo que está por llegar nos concederá el gusto de vivir situaciones irrepetibles y, cada vez más, también, momentos recuperables del pasado. me gustaría que sus hijas fueran así, que al menos una de ellas conservara esa sonrisa que recuerde a su madre.

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