la primera carta que me envió desde santo domingo, con papel timbrado de hotel, resumía por escrito las maneras de tantas de nuestras conversaciones.
conversaciones entre nosotros, como aquella en la que años antes nos descubrimos el secreto con el que tanto jugamos, secreto que nos perteneció hasta un dos de enero, el día que, desde entonces, comienza cada año. y no se me olvida, porque cualquier relación sin fechas que recordar pierde el cuerpo de lo vivido.
tengo confianza con él, pero siempre he creído que nunca le contesté aquella carta con la suficiente altura, con la misma cercanía, que por escrito nunca me descubrí. tampoco cuando llegó el mail. y pienso: quiero dejar constancia. porque a menudo olvidamos dejar por escrito cuánto queremos. y es necesario, en ocasiones, recurrir a las palabras exactas, autentificar el recuerdo.
por eso ahora pretendía volver, aunque supongo que no lo recordará, o se le confundirá entre tantas otras tardes de aspecto parecido, a una tarde de té en casa de una amiga de aquella época. una tarde que me propuse no olvidar, porque mientras la vivía imaginaba como posible esa misma escena, pero perfecta. nunca pudo ser. y, sin embargo, cuando pasado el tiempo otra clase de perfección sí se dio, una de las cosas que más agradecí fue que él también estuviera presente.
lo que más agradezco ahora es saber que él estará presente en cada escena perfecta que me toque vivir.
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