tomábamos algo en la terraza de un local que nuestro argentino bautizó como una wiskería de los ochenta. justo al lado, otro extraño bar parecía más una tapadera de camas para sexo, porque no cesaban de entrar personajes con las chicas que se concentran en gran vía. hablábamos entonces de trabajo, porque antes habíamos charlado de otras cosas. y llegó la nostalgia de aquellos días que pasamos juntos.
el sentimentalismo de la memoria sería una de esas faltas que me inspiran más indulgencia, y una de las razones para ello es el trato que recibe la rutina. de pronto se convierte en el recurso principal del recuerdo, porque hemos olvidado cada una de las charlas tras la comida, con su café de máquina, pero no las charlas; cada una de las llegadas y salidas de la oficina, pero no los saludos y despedidas.
la palabra despedida siempre será sentimental. las estructuras repetidas lo son cuando recuerdas. en un párrafo sentimental los inviernos pasan y los veranos se pierden, pero aquello fue una primavera. bueno, como son aquí en madrid, de frías a calurosas sin previo aviso. y quizás esta sea una de las partes feas del asunto sentimental, recurrir a la memoria te vuelve vulnerable a los tópicos, como el del tiempo. y a las cursilerías, que nadie se atreve a señalarse pero que encuentra a menudo en otros.
por eso, para evitar las desfiguraciones del recuerdo, las exageraciones, las ñoñerías, o para empresas menos defensivas, como recuperar con más detalle lo que sucedía, existe otra salida confesional al sentimentalismo de la memoria, igual de peligrosa y manipuladora, aunque por otras razones: el egocentrismo del diario.
elijan su vicio favorito. menos el de fumar los practico todos.
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